lunes, 8 de noviembre de 2010

V. Luz al final del túnel

Mientras llevábamos el cuerpo de Raúl hacia el pozo he podido hablar con Pau y Julián. Entre los tres acarreamos el bulto a lo largo de las vías, túnel adentro.

-¿Dices que dispararon sin previo aviso?

-Así fue. Estábamos a la altura de la fuente, la más grande, cuando oímos un ruido. Parecía una plancha de metal cayendo de repente al suelo, pero en seguida vimos que era un disparo. Raúl estaba sangrando, tirado en la acera. No le dio tiempo ni de quejarse. Cuando nos agachamos a ayudarle, sonó otro disparo, pero no sé dónde fue a parar. No había más gente en la calle, no nos habíamos encontrado con nadie.

Julián ha intervenido ante el silencio de Pau, que ha mirado hacia otro lado mientras se mordía con rabia el labio inferior.

-Panda de cabrones… cuando le arrastrábamos para alejarnos aún sonaron dos más. Te juro que sólo estábamos andando, ni siquiera llevábamos nada que pudieran robarnos.

Una vez en el pozo, más o menos a un kilómetro de la estación, dentro del túnel, los tres hemos permanecido en silencio mientras abríamos la verja que lo separa de las vías y retirábamos la tapa. Un segundo después, dejábamos caer al vacío el cuerpo sin vida de Raúl. Ha sido todo muy rápido, como de costumbre. Maltida costumbre.

Esta vez, sin embargo, la vuelta no ha transcurrido como en ocasiones anteriores. Habríamos andado unos 200 metros cuando Julián se ha parado en seco y ha pedido silencio, visiblemente nervioso. Hemos escuchado atentamente durante unos segundos y por fin hemos oído algo. Parecía que alguien se acercaba por detrás, con paso firme y regular.

-Parecen ser varios –ha susurrado Pau. He asentido con la cabeza y de repente he visto una luz que parpadeaba.

Por un momento nos ha invadido la angustia; no sabíamos si echar a correr hacia la estación o esperar, pero casi instintivamente nos hemos escondido en un hueco de la pared. Conteniendo la respiración, me he asomado ligeramente a las vías y he podido comprobar que la luz procedía de una linterna. No parpadeaba, sino que seguía el paso de su portador y se ocultaba a cada movimiento del brazo hacia atrás.

Encontrar gente nueva no es siempre señal de buenas noticias, como bien sabemos desde ayer. Menos aún cuando a ninguno de los tres se le ocurrió venir armado.

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