miércoles, 23 de noviembre de 2011

Adiós, w, adiós

Ayer fui a la peluquería. Intento ir lo menos posible, pero no podía alargarlo más. Así, pasa lo que pasa, que cuando llegué a la puerta de la peluquería a la que he ido los dos últimos años, todo había cambiado. Donde me cortaba el pelo Don Ramón había dos chicas jóvenes que lucían llamativos peinados; donde sonaba la radio local había música de discoteca a un volumen más alto del que hubiese permitido una conversación en un tono razonable. Pensé si valía la pena entrar, pero buscar otra peluquería en ese momento me daba más pereza todavía.

Todo fue bien; el corte de pelo, la atención, el precio... Bien, todo no. La música estaba tan alta que las chicas se hablaban a gritos para salvar los tres metros de distancia que había entre las dos. Yo, la mitad de las veces, tampoco oía a la primera las típicas instrucciones de "un poco para allá", "cierra los ojos", "cuidado"... Pero hice todo lo que pude por estar atento a lo que me decía. Una de las veces, la chica que me cortaba el pelo, se giró hacia su compañera y le gritó algo relacionado con el volumen de la música. Yo pensé para mis adentros "menos mal", pero su compañera lo subió un poco más. "¡Me encanta esta canción!", me gritó a mí.

Cuando ya estaba pagando, la chica a la que le habían hecho una baño de color justo a mi lado, también estaba en la caja, Visa en mano. La otra peluquera le estaba haciendo una ficha con sus datos. Entre los que le pidió, el número de DNI. La chica se lo dijo, pero faltaba la letra. "W", le indicó. La peluquera dudó por un momento, miró el teclado, volvió a dudar y la miró a ella. "No, perdona, sólo puedo poner una letra". La clienta sonrió, pero la peluquera insistió: "Es que sólo cabe una. ¿Pongo v?". La chica dudó, "Eh... No, no; w", y finalmente le señaló la posición de la letra en el teclado ante la sorpresa de su interlocutora.

martes, 8 de noviembre de 2011

Tú, Vueling

Ayer me subí por primera vez a un avión de la compañía aérea Vueling. El nombre de la aerolínea, que usa también en sus campañas esa especie de “spanglish” extraño, no me parece el mejor del mundo, pero dejaremos ese tema para una mejor ocasión. O peor, según se dé. Al entrar al avión, tenía justo delante una chica de unos veinte años, que frenó en seco delante de la azafata. La miró, como si fuese a decirle algo, pero finalmente decidió caminar hacia su asiento. No había dado ni dos pasos cuando la azafata, con gran amabilidad, le preguntó si podía ayudarla. La chica se lo pensó mejor, dio media vuelta y se puso a escuchar la megafonía del avión.

-Disculpe, pero… ¿por qué tutean a los pasajeros?

La azafata frunció el ceño por un momento, pero respondió de manera muy educada:

-Tengo que reconocer que a mí me parece una mala idea; no lo entiendo. Cuando hablamos directamente con un pasajero, estamos obligados por la compañía a tratarle de usted, algo que me parece que entra dentro de la lógica en una relación entre empresa y cliente, pero lo de tutear a través de la megafonía es una idea del departamento de marketing.

La chica se quedó pensativa durante unos segundos, le dio las gracias y finalmente se dirigió hacia su asiento. Cuando caminé detrás de ella por el pasillo, algunos pasajeros hablaban en voz baja y se mostraban en desacuerdo con ese tuteo. A mí, me pareció extraño. Veremos la próxima vez.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Resfriados y prospectos

El resfriado ha llegado. Tengo a mano varios paquetes de pañuelos de papel, listos para entrar en acción en cualquier momento. Tengo un grifo en la nariz, me lloran los ojos y algunas órdenes de mi cerebro se pierden nada más salir; mi cuerpo no funciona como debiera. Llamo por teléfono a un amigo médico y me recomienda un par de cosas. “Recuerda que no hay medicamentos para curar el resfriado, sino sólo para aliviar los síntomas”, me dice. Me vale. Me vale.

Bajo a la farmacia y elijo un par de las opciones que me ha recomendado. Le pregunto a un señor que atiende en el mostrador y que tiene cara de pocos amigos si estos dos medicamentos que me llevo son complementarios. Me gruñe un “sí” mientras me devuelve el cambio y antes de que me pueda meter las monedas en el bolsillo ya está atendiendo a otra persona. Mi cabeza hace cosas raras mientras vuelvo a casa, así que me doy toda la prisa que puedo para volver a la posición horizontal que me ofrece el sofá. Tengo el ordenador portátil delante encendido por si hay alguna urgencia en el trabajo, pero lo empiezo a perder de vista y me quedo dormido.

Al rato, enciendo el televisor para comprobar que la programación de la mañana no va a entrar nunca entre mis preferencias. Le echo un vistazo al correo electrónico y todo sigue tranquilo, en su sitio. Por fin, me levanto y voy a buscar los sobres y el jarabe que he comprado antes. Abro ambas cajas y saco los prospectos. Debo estar realmente enfermo, porque mi cabeza no me deja entender más que algunas palabras sueltas. ¿Quién escribe los prospectos de los medicamentos? Debe ser una táctica para que la mayor parte de la población no se automedique… Eso o que estoy peor de lo que pensaba.